viernes, 25 de febrero de 2011

LA ENSEÑANZA MUSICAL DESPUÉS DE “OPERACIÓN TRIUNFO”

Ahora que los vientos del ciclón Operación Triunfo comienzan a amainar, ahora que miles de adolescentes y jóvenes han mostrado interés por las enseñanzas que allí se han impartido y han envidiado la situación de los estudiantes de ese “centro”, deberíamos preguntarnos: ¿qué cauces formativos en áreas artísticas ofrece el sistema educativo a los jóvenes con inquietudes escénicas?
En los Conservatorios de Música jamás se interpreta una sola pieza de música pop; los planes de estudio de instrumentos y de canto se quedan en el repertorio de principios del siglo pasado; el jazz no ha pisado todavía las aulas de música; el cante, la copla y el flamenco, “por supuesto” que no tienen cabida en los Conservatorios. Los Conservatorios de Música desprecian lo popular y dan la espalda a la realidad.
En las Universidades, los estudios de Magisterio Musical, donde se forma a los futuros Maestros de Música, copian precariamente a los Conservatorios y hacen un especial hincapié en los cancioneros populares de raíz folklórica de canciones sobre la guerra o la reconquista cristiana que para los niños (sus futuros alumnos) no tienen ningún significado ni posibilidad de conexión. Cuando los niños cantarían con sumo gusto canciones de Walt Disney o de Operación triunfo.
En los Conservatorios de Danza se sigue bailando con tutú pasos de baile del siglo XIX, y la danza contemporánea, el gim-jazz o las coreografías pop o disco son rechazadas como inexistentes.
En las Escuelas de Arte Dramático se prepara a los jóvenes para que engolen la voz y la proyecten al fondo de la sala, rechazando de plano el trabajo actorial para el cine. Se desprecia el cine, su principal salida profesional y, como las otras entidades, dan la espalda a la realidad.
Y los tres ámbitos, música, danza y teatro, por mor de intereses corporativos y defectuosas planificaciones políticas, están absolutamente separados, cuando la expresión artística escénica requiere a menudo de la vinculación de las tres.
Así pues, como se ve, los centros públicos de Enseñanzas Artísticas son fuente permanente de insatisfacción y frustración.
Cuando me entero de que cien mil personas se han apuntado al casting para el próximo Operación Triunfo entiendo que es fácil percibir que muchos de ellos se habrán preguntado “¿cómo puedo yo prepararme para participar en el mundo artístico en cualquiera de sus vertientes?”, e imagino que habrán pensado en los Conservatorios y en las Escuelas de Arte Dramático. Pero nada de eso se fragua en nuestros centros. La paradoja es que siendo entidades artísticas, y por ello presuntamente llenas de ese espíritu de apertura que se espera de los artitas, son, por el contrario, enormes fósiles lastrados en el pasado.
A la Escuela Superior de Canto de Madrid las niñas vienen queriendo aprender a cantar “por la Rocío Jurado” o al estilo de Mónica Naranjo y las profesoras se ríen de ellas en las pruebas y jamás son admitidas. Y si alguna es admitida, se la sitúa “en la senda correcta” del belcantismo romántico.
Los chicos llegan a los Conservatorios queriendo tocar la guitarra eléctrica y se les enfoca hacia el punteo clásico acústico; los baterías desmelenados terminan tocando los timbales en la banda del pueblo; y los pianistas que querían imitar el jazz de Nueva Orleans o el nuevo Keith Jarret aporrean valses de Chopin que nunca asimilarán.
Una suma de despropósitos sin sentido. Estudian hasta 14 años en los Conservatorios (y no tres meses como los chicos de “Operación...”) y nunca consiguen subirse a un escenario y hacer vibrar a su público (el nivel de abandono es enorme: terminan la carrera uno de cada cien).
Yo amo lo clásico, pero no entiendo el rechazo a lo pop. La alternancia de lo antiguo y de lo moderno, de lo histórico y lo comercial es necesario. Las formas y estilos musicales hoy proceden de Norte América como antaño procedieron de Italia o Alemania, y rechazarlas es un absurdo acto de pedantería intelectualoide.
Querer ser un artista debe ser valorado positivamente ya sea para orientarse al campo clásico (que también tiene pretensiones comerciales), al jazzístico, al flamenco, al pop o a cualquier otro. Y las instituciones públicas no están facilitando esta clamorosa demanda social de la que en breve veremos nutrirse a las academias privadas. Preguntarse por el papel de los Conservatorios de Música, Danza y Arte Dramático y la Universidades vital para afrontar este nuevo milenio en el que no podemos seguir cometiendo los errores del pasado. Abrir las puertas a los intrumentos eléctricos, a los repertorios comerciales, al jazz, al flamenco, a las técnicas pop, a la mezcla entre disciplinas para la preparación de artistas totales (y no inexpresivas estatuas cantoras como en la ópera); abrir las puertas a otros tipos de baile; enfocar el estudio del arte dramático al cine; aceptar los cambios, en definitiva, es fundamental para la viabilidad del futuro artístico de nuestro país y de las posibilidades reales de hacer felices por medio del arte escénico a los intérpretes y al público del que vivimos.
El fenómeno social que ha resultado ser la Academia de Operación Triunfo no puede pasarse por alto en el ámbito educativo institucional de las Enseñanzas Artísticas. La adaptación es la clave de la supervivencia. Si seguimos inflexibles seremos inútiles, ridículos y nos quedaremos solos. Es necesario un cambio, una apertura a los estilos artísticos imperantes y dejar de escondernos en nuestro cobarde purismo yermo.

José Carlos Carmona

Profesor de Música de la Universidad de Sevilla

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