viernes, 25 de febrero de 2011

DOGMATISMOS EN LA MÚSICA CLÁSICA

El mundo de la interpretación musical lleva revuelto más de veinte años. Los intérpretes de música histórica tienen por misión re-construir para el público actual los planos que en forma de partituras dejaron los compositores de épocas pasadas. Todos los intérpretes, que por lo general estudiaron en Conservatorios, han reconstruido esas obras según los criterios que sus maestros, y luego su propio entendimiento, consideraron óptimos. El hecho de tomar una partitura y tocarla, además de requerir unos conocimientos y destrezas técnicas, requiere un planteamiento de lo que se quiere hacer con ella. Estos planteamientos siguieron una evolución desde el Barroco, Clasicismo y Romanticismo hasta nuestros días que debió ir impregnándose de todas las corrientes y modos de ver la música y de pensar la realidad. Cuando después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente comienza a reconstruirse y a encontrar la estabilidad suficiente para potenciar la economía y después el conocimiento y las artes, los músicos intérpretes comenzaron a plantearse los criterios heredados de interpretación, y mientras unos siguieron las enseñanzas de los movimientos inmediatamente anteriores (el Romanticismo, sobre todo), otros empezaron a revisar los escritos y maneras en que en el pasado, y de manera coetánea a los propios compositores, esas obras musicales se presentaron ante el público. Nombres como Nikolaus Harnoncourt, Christopher Hogwood, Fabio Biondi, Paolo Pandolfo, Philip Pickett, Philippe Herreweghe, Rinaldo Alessandrini y Ton Koopman, entre otros muchos, han llenado la discografía, y en algunos casos la bibliografía, de planteamientos que han sido llamados historicistas (aunque al comienzo se dio a conocer como el movimiento de la Aufführungs-Praxis –Interpretación históricamente basada– o Movimiento “históricamente informado”).
         Este movimiento, que en un principio creó un gran debate entre especialistas         , ha tenido como consecuencia –y he aquí el núcleo del problema– una enorme oleada de posturas intransigentes con relación a los intérpretes que no han seguido los postulados de este movimiento (por lo demás, no demasiado claros); una posición que, si en ámbitos de crítica musical podía estar justificada por la “moda” historicista, en el ámbito de los jóvenes estudiantes e intérpretes de música ha llegado a forjarse como un fuerte fundamentalismo. Para muchos jóvenes y algunos críticos, la música culta termina con la muerte de Bach en 1750, y de Beethoven saben tanto como de Nino Bravo: lo han oído en alguna sintonía de televisión y saben que existió. Por supuesto, para estos jóvenes y esos críticos, la Pasión Según San Mateo no se puede interpretar con un coro de más de 27 cantantes (como hizo Bach en su estreno), y lo demás es ¡blasfemia!
Recientemente, un crítico musical escribía: “Hoy en día ya no es posible seguir aproximándose al mundo del Clasicismo y del primer Romanticismo con criterios de interpretación Postrománticos y seguir ignorando cuantas enseñanzas nos transmite la escuela de interpretación histórica”. Esta posición intelectual que cualquier persona razonable quizás podría apoyar, posee, sin embargo, algunas aristas interesantes que debemos revisar, provenientes no tanto de la Historia como de la Estética, es decir, de la reflexión sobre lo que supone en sí el hecho interpretativo. La pregunta básica sería: ¿cuál es la función del intérprete, de ese re-constructor de planos musicales del pasado?
Existen, al menos, cinco criterios de interpretación musical que pueden ser utilizados independiente o combinadamente. 1. La interpretación literal, esto es, reconstruir estrictamente el contenido escrito de la partitura sin tener en cuenta otros factores como los estilísticos, históricos, sociológicos, etc. 2. La interpretación subjetiva, que implica el intento de reconstruir el ideal sonoro que pretendía el compositor, criterio en el que hay que tener en cuenta que el autor quizás no siempre pudo tener a su alcance los medios técnicos y humanos que deseó y que nunca podremos conocer con exactitud. 3. El criterio historicista (el defendido por los dogmáticos de los que hablamos), que supone el intento de reconstruir el sonido tal como fue interpretado en su época, aunque el compositor se estuviera quejando siempre de los resultados. 4. El criterio objetivo, que pretendería reconstruir el “espíritu” de la obra más allá de lo que quisiera (o pudiera) el autor, o más allá de como se escuchó en la época. Y el último de los criterios razonables es: 5. El criterio de la libertad interpretativa, por el cual el intérprete puede hacer un uso arbitrario de la obra a su total gusto y capricho, tal como se hace en teatro con los textos dramáticos.
Podríamos ahondar en los aspectos positivos y negativos de cada una de estas pautas, pero lo que nos importa es que el mero hecho de la existencia de estos cinco criterios nos debería dejar claro que el criterio historicista es sólo uno más entre los criterios posibles, y lo demás es –como decía P. H. Lang, profesor de Musicología de la Universidad de Columbia y afamado crítico musical– “dogmatismo radical, cuanto menos peligroso”.
Reconstruir sólo históricamente el sonido que se produjo en la época en la que se estrenó la obra, cuando la sociedad es distinta, los entornos sonoros e ideológicos son distintos, la percepción de conceptos como velocidad e intensidad es distinta, etc. supone abocar al intérprete musical a una tarea eterna de imitación mecánica del pasado y de conservador museístico (digno como profesión, pero cuestionable como misión artística).
Desde mi punto de vista, el éxito de la discografía de intérpretes historicistas se ha debido a dos razones meramente comerciales: la primera: el movimiento ha conseguido que todo amante de la música renueve su colección completa de discos; y la segunda: los beneficios económicos de los intérpretes se han elevado al tener que repartir entre menos y al ser menos costosas sus contrataciones. Hay que reconocer que es absolutamente legítimo que los aficionados hayan querido saber cómo se interpretaron, más o menos, las obras en su tiempo. Lo malo es hacer creer, amparados en los datos históricos, que esa es la “verdad” de la obra. Si ser amantes del arte no nos lleva a la tolerancia espiritual (y por tanto estética), flaco favor estamos haciendo a la humanidad con él. Los críticos y los profesores deberían dejar de alentar cierto maniqueísmo purista que ya empieza a estar trasnochado y de vuelta en otras latitudes. En los últimos años, afortunadamente, estamos asistiendo a una distensión de los planteamientos puristas por parte de algunos intérpretes que comienzan a defender una mayor libertad interpretativa.      Muchos de estos intérpretes se escudan, con razón, en que fueron los demás los que dijeron que su interpretación era la “verdad” musical, aunque ellos mismos nunca lo defendieron. Es muy curioso observar cómo se han creado movimientos puristas entorno a estos líderes musicales y sus recreaciones, igual que se han fundado iglesias a lo largo de la Historia entorno a buenas personas y sus mensajes que luego se convirtieron en dogmas.
         Siempre se ha creído que el conocimiento y el arte han llevado a la libertad y la tolerancia, pero no hay que bajar la guardia en estos ámbitos, porque el poder de poseer datos empíricos puede producir monstruos.



José Carlos Carmona
Profesor de la Universidad de Sevilla

1 comentario:

  1. Me ha agradado enormemente la lectura de sus planteamientos en este blog que acabo de descubrir. Mi enhorabuena.

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